miércoles, 6 de enero de 2016

En el 51 aniversario de su siembra…  
                                              Pasión y muerte de Argimiro Gabaldón  (Extractos)
“A mundo; Los Humocaros,
 donde se hizo leyenda Argimiro Gabaldón
con su corazón y brazo…..”   /Alí Primera)
Por: Rafael Pompilio Santeliz
Argimiro Gabaldón Márquez, nació en 1919 en la casa principal de la hacienda Santo Cristo, Biscucuy, Portuguesa y murió a la edad de 45 años en un lamentable accidente de guerra, el 13 de diciembre de 1964.
 Estuvo en el exterior, Buenos aires y Río de Janeiro, entre 1938 y 1945. Estudió arquitectura en Argentina. En el tercer año de su carrera, detuvo su visión arquitectónica para adentrarse en el mundo de la pintura, la literatura y el arte. Con su morral al hombro se fue a Brasil, proyectándose luego como poeta, novelista, periodista, dibujante, matemático, maestro alfabetizador y profesor de Artes plásticas. Regresó  a Venezuela en 1945 a desandar los viejos caminos. Las actividades políticas lo llevaron a Caracas, incorporándose a las luchas y huelgas estudiantiles organizadas por la Federación de Estudiantes de Venezuela.
 Se inició en las células clandestinas del PCV en El Tocuyo desde 1938, cuando para la época, ser comunista era ya ser un héroe.
En octubre de 1961 se cuenta el comienzo de las guerrillas, que, según Tirso Pinto, llegó a tener 1500 combatientes. Al incorporarse a las guerrillas Chimiro tenía 22 años de militancia y 40 años de edad, tiempo perfecto para las grandes decisiones.
Desde fines del 61 hasta el 13 de diciembre de 1964, el Comandante Ulises, que fue su primer seudónimo, estuvo al frente de esa lucha como Primer Comandante del Frente guerrillero Simón Bolívar. En ese proceso le tocó vivir los vaivenes de unos dirigentes que se amoldaban a las circunstancias, antes que analizar histórica, táctica y estratégicamente la realidad sobre la que actuaban.  
 Su personalidad irreverente se puede apreciar en la siguiente anécdota, contada por el guerrillero Ángel Rivero, (a) Diego o Catirito. “Estando en el campamento guerrillero se oía por Radio Habana a Carlos Puebla con su “llegó el Comandante y mandó a parar”. Aburrido un combatiente con el repetitivo estilo, refunfuñó exigiendo otra música. El guerrillero que manipulaba el trasmisor lo intentó sepultar exigiéndole respeto: ¡Camarada! ese es el Cantor de la revolución cubana”. A lo que Argimiro le ripostó: “Es verdad, cambia ese fastidio. Ya quisiera estar yo en Sabana Grande con una motocicleta oyendo a Los Beatles.” Esto para el momento histórico que se vivía podría verse como una blasfemia, pero para Gabaldón era la autenticidad de su sentir. Y es que en la hermenéutica de sus discursos se puede apreciar cómo Argimiro respetaba la rebeldía de los jóvenes del momento.
 Formó 125 comités del FLN en igual número de caseríos, lo que implicaba una influencia en unos 75.000 habitantes. Chimiro, con gran capacidad de convencimiento, argumentaba en pocas palabras el por qué y el para qué de la lucha. Para él, nuestros campesinos eran permeables a la lucha porque “siempre han soñado con una revolución”. Tenía el don de la palabra, sus paisanos lo consideraban “el hijo del rico que comprendía las penalidades de los pobres”.
 Para finales de 1964 ya el PCV hablaba de repliegue y rectificación. La guerrilla ya no se veía como una forma de tomar el poder sino que se utilizaba como mecanismo para presionar la ansiada “paz democrática” En tal sentido, se aminoró notablemente la ayuda a los destacamentos, como forma de menguar la rebeldía. En una Carta de navidad dirigida a los intelectuales del partido, Gabaldón escribía: “Desde lejos, mientras estamos entregando toda nuestra vida, nos golpea el viento de la indiferencia. Creemos ver a lo lejos falta de calor, ahora cuando más que calor necesitamos fuego, cuando más que simpatía precisamos cariño que arrebate, que empuje hacia delante con un vendaval de aliento.” Abandonados a su suerte, para esas navidades, la guerrilla sólo recibió una bolsita con 50 terrones de azúcar que una dulce camarada recogió en 20 lugares diferentes del mundo, que afectivamente abasteció el alma de los combatientes.
 El Comandante Gavilán, José Díaz, rememorando esta muerte, increíble por absurda, nos contó cómo se resbaló el fusil M2 -y eso lo vio todo el mundo- para caer sobre una saliente rama que penetrando al guardamonte del gatillo disparó, justo cuando Argimiro se levantaba a repartir unos caramelos a los combatientes. Nos narraba que Jesús Vethencourt (“Chuchú” o Comandante Zapata), causante de la tragedia, al írsele el disparo “desesperado, decía mil cosas, e intentó suicidarse y tuvo que ser sometido a la fuerza”. El fatal episodio lo marcó, desequilibrando su psiquis para siempre. Posteriormente, Carlos Betancourt, Comandante Gerónimo, nos lo ratificó en Sanare de 2012: “Fue accidental, yo presidí el juicio que se le hizo a Zapata.” Los fusiles de los participantes a la reunión habían sido chequeados por la escuadra de seguridad para constatar que no había balas, pero Chucho Vethencourt llegó tarde al encuentro y no fue revisado. Zapata, le había quitado la cacerina al fusil pero no se percató que había un proyectil en la recámara, pues había prestado su arma para una guardia y recién la recuperaba. Serán cosas de la mala suerte o groserías de la vida, pero esta es la versión que, con pocas alteraciones, se ha recogido de ese aciago episodio.  El infortunio ocurrió en las afueras del caserío El Hato, del estado Lara. Argimiro sabiéndose mortalmente herido, pidió que lo afeitaran para ser bajado a El Tocuyo. Con entereza mantuvo su capacidad de mando. Se despidió de sus más allegados con breves consejos y como un gesto final, donde afloró su grandeza humana, extrajo de su morral unos chocolates, tesoro de una guerrilla, y los repartió entre sus hombres. ¡HONOR Y GLORIA AL COMANDANTE CARACHE.!
Argimiro Gabaldón, "Comandante Carache", en dos momentos: Dando un discurso y con Juan Vicente Cabezas y otros guerrilleros en la montañas de Lara en el año 1962
 
 
 


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